jueves, 1 de marzo de 2012

El campo de concentración de Meheri Zebbeus

”Cuando sale la flota de Cartagena bajo el mando del almirante Miguel Buiza Fernández-Palacios, la decisión de expatriarse a Argelia no está tomada de antemano. Durante la noche del 5 al 6 de marzo, con la escuadra en altamar, las dudas son muchas. Esa noche, algunos marinos quieren volver a Cartagena, otros quieren pasar por Alicante, por Valencia para recoger a gente. Por radio, sobre las dos de la madrugada, conocen en los buques la constitución del Consejo Nacional de Defensa presidido por Casado. Sobre esa hora distinguen la ciudad de Argel iluminada. A lo largo de las horas siguen recibiendo comunicados confusos y contradictorios sobre la situación en Cartagena. A las cuatro de la madrugada reciben una transmisión del Ministerio de Defensa Nacional pidiendo el regreso a Cartagena por estar dominada la situación. Buiza manda cambio de rumbo y la flota se dirige a Cartagena. Nuevos comunicados hacen que Buiza vacile. Se llega a un punto en el que las reservas de petróleo que quedan permiten llegar hasta Cartagena o hasta la costa de Argelia. Si no pudieran entrar en el puerto por estar en manos de los franquistas, sin petróleo, la flota quedaría a merced del enemigo.

A las seis y media abandonan definitivamente la ruta del regreso y se dirigen hacia Argel. El día 6 llegan a aguas de Argelia pero las autoridades francesas no les dejan desembarcar ni en Argel ni en Orán. No quieren comprometerse y los mandan hacia el protectorado francés de Túnez. En 1881 el bey de Túnez firmó con Francia el Tratado del Bardo que instituía un protectorado de Francia sobre Túnez.

El día 7 por la mañana avistan la base de Bizerta, ciudad situada en el ángulo nordeste de Túnez, cerca de la antigua Cartago. Allí les esperan un crucero y tres destructores franceses. La flota fondea y un capitán de fragata francés les informa de las condiciones que imponen las autoridades francesas para dejarles entrar. Son sencillas y duras: entraga y desarme total de los navíos. Dan la orden de entregar las pistolas personales. Casi todas van a parar al fondo de la rada de Bizerta antes que ser entregadas.

A las dos de la tarde, escoltados por dos torpederos franceses, les permiten cruzar el canal hasta el lago de Bizerta. Allí, uno a uno, sin arriar las banderas republicanas, van entrando los barcos.

Todos son fichados y vacunados. Se les anuncia que irán a un campo de concentración a 10 kilómetros de Maknassy y a unos sesenta kilómetros del puerto de Sfax, hacia el interior, a orillas del desierto. En Bizerta desembarcan unas 4,000 personas. El almirante de la flota, Miguel Buiza, decide desembarcar también y unir su suerte a la de las tripulaciones.

El capitán de fragata Juan de Oyarzabal y Orueta permanece en el Almirante Valdés para el mantenimiento.”

"El campo de concentración de Meheri Zebbeus era un conjunto de construcciones de mampostería rodeado de alambradas, vigilado por policía rural tunecina y unos 120 guardias móviles. Había sido una especie de poblado construido en torno a una antigua mina de fosfato de cal a orillas del desierto. A un lado había casas rodeadas por unos cuantos eucaliptos pequeños y polvorientos. En medio de una explanada, una iglesia que hará las funciones de enfermería. Una vaguada cruzaba el campamento y, al otro lado, sobre un repecho, hileras de casitas, más modestas, que habían sido el alojamiento de los mineros. Las salidas y entradas por la única puerta abierta en la alambrada estaban muy controladas, aunque en realidad no había a dónde ir en medio de un erial. Fuera del campo montaban guardia armada los spahis y los guardias móviles día y noche.

Según las autoridades francesas las instalaciones gozaban de agua y electricidad. En realidad, las instalaciones de agua estaban cerradas e inutilizadas. No había luz eléctrica, no había y letrinas para 4000 personas. Fueron “alojados en casas que están a punto de caerse, sin puertas ni ventanas”. Dentro, no había nada, ni un solo mueble. Para dormir, unas pacas de paja que cambiaban una vez al mes. Se amontonaban de 12 a 20 hombres por cuarto.

Los propios marinos tuvieron que arreglar la instalación eléctrica, cavar zanjas para las letrinas, reparar los motores y bombas de un pozo que había a unos cuantos kilómetros del campo para obtener un poco de agua para beber. Para lavarse, de momento, nada.

Según les dijeron las autoridades francesas, cada marino tenía derecho a la ración de un militar francés, pero no era cierto. Sabemos, por los archivos, que les fueron asignados 4 francos por hombre y día, lo cual era insuficiente para hombres que estaban haciendo trabajos pesados de reparación, acondicionamiento, carpintería, etc. En realidad, según los recuerdos de los marinos, la comida era escasísima y mala: fundamentalmente agua caliente con habichuelas o garbanzos negros, incomestibles, y algún hueso de camello. El pan tenía yeso y plomo para que pesara más. Esto ocasionaba problemas de salud y los médicos españoles denunciaron formalmente esta situación. Se pasaba hambre.

No se les proporcionó nada, ni mantas, ni platos, ni cubiertos, ni jabón, ni cuchillas de afeitar. Nada. Como no todos habían traído cuchara y plato del barco, al principio, tenían que esperar a que unos comieran para que les pasasen los artilugios.

Desde la primera noche aparecieron los piojos que ya no los abandonaron hasta la liberación. Las moscas eran una plaga. Jamás habían visto tantas, ni tan tenaces. Con el tiempo, los marinos aprendieron a cazar camaleones y a tenerlos de animales de compañía y cazamoscas. Además, el campo estaba infestado de tarántulas, escorpiones y culebras. Más de uno fue llevado a la enfermería para inyectarle un antídoto contra el veneno. También tuvieron que convivir «con una compañía de ratas» que, al parecer, alguno consiguió amaestrar".
Victoria Fernández Díaz. El exilio de los marinos republicanos. Págs. 47-56.
“Antes de partir, sin embargo, tenía que arreglar ciertos asuntos de mi sobrino Juan. Yo había recibido una carta suya después de que su barco, y el resto de nuestra flota, abandonaran Cartagena. Estaba ahora en Túnez y esperaba ser internado con el resto de los oficiales y tripulaciones en un campo de concentración a seiscientos kilómetros al interior, muy cerca del desierto.

Me había escrito una valerosa carta, en la que decía que estaba dispuesto a trabajar en cualquier cosa como un 'hombre libre'. Tardó dos meses en salir del campo, aunque nosotros, por supuesto, habíamos dicho que pagaríamos todos sus gastos. Si no hubiera sido por Fröken Tamm, el ministro Sandler, el embajador francés en Estocolmo y el Comité de Ayuda a España, estoy segura de que nunca lo habríamos conseguido.”
Isabel Oyarzabal Smith. Hambre de Libertad Memorias de una embajadora republicana. Pág. 468.

Maknassy 2 de abril

Querida tía Ella:

Recibí tu telegrama y después tu giro que no te puedes imaginar lo mucho que te lo agradezco pues me vino estupendamente.

Carta no he recibido ninguna y la estoy esperando con verdadera ansiedad.

El día 29 salimos de los barcos los últimos que nos habíamos quedado en ellos para su conservación y después de un viaje largo e incómodo hemos llegado a este campo de concentración.

Desde luego, en cuanto dejamos a las autoridades de marina francesas y cogimos a las de Ejército empezaron los malos tratos. En el viaje nos tuvieron 24 horas encerrados en una cuadra 200 personas con sólo un poco de paja para echarnos.

Aquí ya poco a poco nos hemos instalado con relativa comodidad. Esto es una mina de fosfatos abandonada y está cerca del desierto. Yo hago vida higiénica, hago ejercicio, estudio y leo un poco para reponerme de los malos ratos pasados. La comida no es muy buena, pero teniendo dinero, se pueden hacer encargos al pueblo y así se va tirando.

Lo interesante es saber lo que va a ser de nosotros. Han marchado ya muchos a España pero yo no pienso hacerlo, pues aparte de que el mismo almirante franquista Moreno (que ha hablado con nosotros) no da ninguna garantía, no tengo ningún interés en hacerlo por las razones idealistas que tú supondrás.

Parece que a los que quedamos nos van a dar trabajo en otra mina de Túnez, cerca de la frontera de Argelia pues para Francia resulta demasiado costoso el tenernos aquí sin producir nada.

Como eso no es del todo muy agradable, yo te agradecería que a ser posible trataras de procurarme un pasaporte o arreglarme la salida de aquí y la entrada en otro país de una manera legal pues quiero ganarme la vida trabajando, claro está, pero como hombre libre. Tú sabes bien que si no vuelvo a España no es por ser un criminal ni un ladrón y es muy triste haber luchado y sobre todo, haber soportado las responsabilidades del mando durante tanto tiempo comportándose noblemente, defendiendo una causa con la que no ganábamos nada (los antiguos oficiales) para verse ahora tratado como un indeseable, siendo así que la caballerosidad de nuestra conducta fue explícitamente reconocida por el almirante francés de Bizerta y por todos los que verdaderamente saben y pueden corresponderla.

Desde luego a mí me gustaría estar contigo por los motivos que te puedes imaginar y no sabes lo reconocido que te estaré siempre si me lo consigues.

Para el viaje no creo que sea difícil que me consigas meterme en un barco que vaya allá pues puedo desempeñar cualquier destino desde Capitán hasta sencillo marinero. Si no, ya me las arreglaré yo como pueda. Lo esencial es conseguir el permiso y la admisión en ese país.

No dejes de escribirme pues tus contestaciones son vitales para mí en estos días. Yo te tendré al corriente de todo lo que sepa. Desde luego me corre prisa saber que me puedo ir ¿comprendes? Ahora bien, una vez teniendo segura la salida ya no tengo tanta, pues estoy bastante contento de mi vida aquí, sobre todo porque creo me devolverá la salud y el humor.

Aquí todo es muy rústico pero hacemos lo posible para que sea limpio. La casa en que habitamos los antiguos oficiales, poco a poco la estamos haciendo hasta confortable. Ya tenemos camas y todo. Hoy me he pasado el día cavando pues pienso plantar muchas cosas. El clima ahora es muy frío y húmedo con mucho viento y arena pero creo que el verano es temible por el calor y las enfermedades. Lo peor de todo son las víboras y alacranes que hay a cada paso.

Dime lo que hacen Ceferino y Marissa pues no sé nada de vosotros ni de nadie. Tía Anita a mi no me ha contestado a la carta que le escribí.

De nuevo te doy las gracias y ya sabes que lo espero todo de tí.

Un abrazo de Juan.


Obtuvo el salvoconducto (Laissez-Passer), donde en ejecución de las instrucciones del Embajador, Residente General de Francia en Túnez se autoriza a Juan de Oyarzabal Orueta a dejar este campo de concentración y trasladarse a París el 26 de mayo de 1939. En el documento se encuentra la firma del Comandante del Campo de Refugiados Españoles, Capitán Loison.

Más tarde Oyarzabal obtuvo un pase de identidad provisional de la Legación de Suecia en París para moverse a ese país, válido del 1 de junio de 1939 al 1 de diciembre de 1939. En Estocolmo recibió el pasaporte español 33/1939, con domicilio Sveavaagen 84, Stockholm, Suede, Visado No 687, Oficio 3922 al consulado general. En París le otorgaron una visa mexicana (firmada por Gilberto Bosques) donde se le autoriza a viajar a México, de acuerdo a circular 76 del 26 de abril de 1937.

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