martes, 8 de marzo de 2011

Panegírico

José Heras Gómez
Aparecido en el libro póstumo Ensayos Sobre Mecánica Clásica

Facultad de Ciencias, UNAM
1984.


Hacer de la ciencia la poesía y lo cotidiano, experiencia de existir, afrontando los acontecimientos con profunda dedicación de vida, es algo que bien podría corresponder a un hombre fuera de este espacio-tiempo, alguien que vibra más allá del tránsito común por este mundo, quien hizo cada acto, cada pulsación un instante de infinito placer al acatar la realidad por entero inmerso en lo vivencial. Este ser inubicable, perteneciente a tantos ámbitos disímbolos, suigéneris, pleno de universos, fue en vida Juan B. de Oyarzabal y Orueta.

Don Juan de Oyarzabal obtuvo el título de Don, porque era poseedor de muchos dones: conversador ingenioso, aventurero tenaz, virtuoso de la mentira, prestidigitador, irremediable histrión, descubridor de océanos, rutas marinas y celestes, arquero en la duda y la búsqueda, perceptor de la gracia y la desgracia de la palanca, hombre presto a enarbolar la fina lanza del Quijote, hecho con realidad en los huesos y delicadeza en el trato.

La guerra civil española fue causa indirecta de que nuestro país recibiera la infusión de un nuevo fluir de saber, por la acogida de prominentes intelectuales, entre ellos Don Juan de Oyarzabal, un autodidacta –estudiante y maestro simultáneo-, ejercitado en la vida, el mar, en trasmutar, crear y recrear camino tras camino.

“Avanza el peregrino
con la vista preñada de un temblor de esperanza
por las ásperas piedras de su largo camino.
¡Qué dura es la jornada! A lo lejos se alcanza
a ver sólo la niebla de un incierto destino…
pero lento y cansino
por su largo camino el peregrino avanza.”


Siendo un joven capitán de fragata, Don Juan “naufraga” en México (1939). En este tiempo subsiste ejecutando tareas como vendedor de puerta en puerta, cantinero, empleado de panadería: malabarista entre el hambre y la vigilia.

El maestro Oyarzabal nació en Málaga, España (1913) y todo ese paisaje quedó, a pesar del exilio, a flor de su lenguaje, en la vena del sentimiento republicano que le animaba y encendía, en su paso enérgico, en el paso doloroso de quien, más tarde, en vísperas de su deceso (1977), con fuerza de voluntad y amor anda su hacer; este hálito de la tierra nativa estuvo en sus luchas individuales y colectivas, en su entrega revolucionaria y en el acto de ser él mismo.

Quien haya confrontado la fría y esquemática terminología de un texto científico, difícilmente puede sospechar detrás de él a un hombre que goce o sufra –sólo encuentra la abstracción, el método, el símbolo- la persona queda fuera; la lucha febrilmente humana que libró o libraron nuestros maestros, algunos de ellos genios del quehacer científico, no se revela ni trasluce… No así Don Juan, que se empeñó por su modo de ser y estar, en crear prácticamente y es posible que en conciencia propia, una manera de presentar a la ciencia impregnada de hedonismo; un procedimiento que ancla al placer cada acción de enseñanza-aprendizaje. En sus notas personales encontramos una alegoría donde haciendo alusión a sí mismo inventa un personaje, un maestro singular:

“(…) y debo decir además que era rápido y pronto en sus improvisaciones. Recuerdo que una vez un compañero nuestro le pidió que hiciera un soneto que se titulara ¿Qué es la Física? Y que allí hablara sobre las distintas partes de la Física, desde la Física Clásica hasta la Moderna.

Naturalmente, él no quiso, se resistió alegando que era muy corto un soneto para meter allí toda la Física.

Pero el alumno volvió a insistir y entonces nuestro hombre, ni corto ni perezoso sacó pluma y papel y escribió el siguiente soneto, ‘un tanto a la violante’ y con el que quisiera acabar mis palabras de hoy:

¿QUÉ ES LA FÍSICA?

“¿Qué es la Física? – pregúntame indiscreto
un joven, cuyo espíritu barrunta
que podré a contestar a esa pregunta
en los catorce versos de un soneto.

¿En los catorce versos? ¡Por San Cleto!
¿Cómo encerrar ahí la marabunta
de los temas que el físico arrejunta
si no caben en grueso mamotreto?

¿En los catorce versos? ¿quién se atreve
si el soneto, en verdad, es cosa breve
y la Física es todo el Universo?

¿En los catorce versos? ¡Ni de chiste!
¡La Física no muere, siempre existe,
y el soneto murió con este verso!”


H.H.P.: Hedonismo, Historia y Paradigma, sugiere Don Juan como fórmula mágica al enseñar:

“(…) el conocimiento de la historia de la Física nos lleva al conocimiento de los maestros, nos lleva a saber que ha habido grandes físicos que, aparte de sus labores de investigación fueron grandes maestros en enseñar… Claro que dirán ustedes que me he referido a maestros ya fuera de nuestro alcance, tanto en el tiempo como en el espacio, maestros que vivieron en el extranjero y en épocas pasadas. Sin embargo también aquí y ahora los tenemos… Por esto es la razón que yo sugiero el paradigma, el tener a todos nuestros maestros siempre presentes, ya que de todos ellos –unos más y otros menos- hemos aprendido algo, hemos recibido el placer de la enseñanza, placer hedónico que hemos de transmitir a nuestros alumnos(…)”

En otra parte de sus notas, encontramos esta confesión:

“(…)¿Por qué enseño yo Física? No para aumentar mis habilidades cognoscitivas, ni neoconductistas, ni psicosociales, ni de enseñanza personalizada, sino simplemente porque me gusta(…)”

Lo versátil de su personalidad estuvo presente todo momento de su vida y nunca cejó en invertirse entero a cada empresa donde participara. Para acreditar su escolaridad en México se inscribió de oyente en la Universidad Nacional Autónoma de México en la carrera de Física y fue admitido como alumno especial. Simultáneamente curso primaria, secundaria y bachillerato, graduándose en 1960. Impartió clases en diferentes instituciones como la Escuela Nacional Prepartoria, Instituto Politécnico Nacional y Universidad Autónoma Metropolitana. Fue profesor de tiempo completo en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde llegó a ser jefe del Departamento de Física. Así mismo desempeñó el puesto de investigador en el Instituto de Física de la propia UNAM dedicado al estudio de la Teoría de las partículas elementales.

La vitalidad expresiva de su persona lo colocó entre uno de los maestros más eminentes del medio. Para él la labor, el esfuerzo, la dedicación no implantaban “la obligación” en toda la redondez y peso que ello entraña a la mayoría de las gentes; constituía la ooportunidad de celebrar placentera comunicación. Al parecer su objetivo principal al irrumpir en un salón de clases, una reunión de trabajo o en el ambiente social era instaurar nexos, canales, habitaciones para amenizar y presentarse ahíto de ganas y gusto supremo por la vida. Su cátedra estaba en el mundo, no entre las cuatro paredes del recinto escolar. Tanto al exponer teorías como al formular preguntas tocó horizontes que le llevaron a novelar e inventar historias, poemas, teatro, divertimentos, armando con las palabras un “idioma” donde cualquier extravagancia o banalidad podía aplicarse para explicar la Física. Ningún hecho, por fútil que pareciera, quedaba en su versión peculiar sin profundos significantes y significados, alcanzando la trascendencia del conocimiento transmitido. Ataba y rescataba para el oyente la esencia vivencial de lo real, fantástico o ficticio imprimiéndolo como música de fondo a la consideración científica más objetiva y abstracta:

“El universo es como un teatro en que el escenario es el espacio, el telón de fondo el tiempo y los actores la materia y la radiación, cuyo libreto (la manera como deben actuar), son las leyes físicas.”

El alumno podía tocar la claridad del concepto y caer en un caos de dudas de un instante al otro. Proveía de una vez y para siempre la motivación más pasional hacia la Física, instando abrazarla, no sólo como profesión o disciplina, sino como motivo existencial, del mismo modo que el instrumento es valorado por el artesano, el músico, el creador.

Podría pensarse que al morir no se ha ausentado; pues su creatividad aún germina en la escuela que formó, en el simiente de los estudiantes que se hicieron en sus aulas. Este hombre sin treguas ni recesos fue merecedor dos ocasiones del premio internacional de poesía en esperanto. El Instituto de Física inscribió su nombre en su biblioteca y la Facultad de Ciencias en una alua magna a manera de perpetuo homenaje; él mismo, Don Juan B. de Oyarzabal y Orueta, también se inscribió como “alumno especial” en la historia del desarrollo científico del país.

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