Rodrigo de Oyarzabal Salcedo
Homenaje en el centenario del nacimiento de JUAN DE OYARZABAL
Instituto de Física, C.U.
México, D.F. 20 de febrero de 2014.
Don Juan de Oyarzabal y Orueta nació en su casa materna de Cortina del Muelle, en Málaga, Andalucía. Sus padres Juan de Oyarzabal Smith y María de Orueta y Duarte lo depositaron en este mundo un siete de febrero, allá por mil novecientos trece, hace poco más de cien años.
Al olor del mar decidió, a los trece años, que debería de ser marino: ¡Marino de guerra! Así, en octubre del treinta y uno ingresó a la Escuela Naval Militar en Cádiz. Durante su cuarto y quinto año de carrera, a bordo del buque-escuela Juan Sebastián Elcano, velero emblemático de la marina española que hoy en día aún navega, se hizo a la mar durante diez meses dando dos vueltas alrededor del mundo. Pero en ninguna de ellas ancló en México.
A Don Juan se le quedó el mar en los ojos, y con él la poesía. En el “Elcano” tuvo sus primeros acercamientos, un tanto de forma amateur, para “pasar el rato” con sus compañeros marinos, en aquellas largas travesías por la mar.
Al terminar su último año de escuela, en mil novecientos treinta y seis, el dieciocho de julio, estalló la Guerra Civil española. Puesto naturalmente del lado de la República, participó en acciones de guerra. Al inicio de esta se encontraba en el acorazado Jaime I, cuya dotación se rebeló contra sus mandos y así el barco quedó del lado de la República. Como guardiamarina fue su director de tiro. En junio del treinta y siete, un posible sabotaje explotó sus calderas y lo hundió en las costas de Cartagena con trescientos muertos y doscientos heridos. Oyarzabal fue de los últimos en abandonar el buque después de salvar a muchos compañeros. La explosión se llevó sus papeles personales hasta el fondo del mar.
El mes siguiente es asignado, como Segundo Comandante, al destructor Almirante Antequera, donde es promovido a Teniente de Navío. Posteriormente, y ya al mando del destructor Almirante Valdés como Capitán de Fragata, participó, en marzo del treinta y ocho, en la batalla del Cabo de Palos, el mayor triunfo naval de la Armada Republicana, formando parte de la primera flotilla de destructores que precedió a la segunda, de donde provinieron los torpedos que hundieron al crucero fascista “Baleares”.
En marzo del treinta y nueve, hacia el final de la guerra, la flota republicana se dirige hacia Bizerta, Túnez, donde las autoridades francesas internan a su tripulación en el Campo de Concentración Minas Meherie-Zebbeus en Maknassy, en el centro de Túnez.
Isabel de Oyarzabal Smith, su tía, había sido embajadora de la República en Suecia y Noruega durante la guerra, y era el único punto familiar con que contaba. A ella le escribe desde Maknassy y le pide su ayuda para salir de ahí y vivir como un hombre libre: “Tu sabes bien que si no vuelvo a España no es por ser un criminal o un ladrón”.
La tía Ella finalmente le consigue un salvoconducto para abandonar el campo de concentración y trasladarse a París donde, el ventiseis de abril, firmada por Don Gilberto Bosques, le es otorgada una visa mexicana y se le autoriza a viajar a este, nuestro querido país. Juan de Oyarzabal y su primo Ceferino Palencia, vía Nueva York, ingresan a México por Nuevo Laredo el ventiocho de junio del mismo treinta y nueve.
A los pocos meses de haber llegado a México, y a partir de su pasión por la obra de Cristóbal Colón, escribe el libro “Descubrimientos Oceánicos”, que viene a ser una historia de la marina española.
Tras mil malabares y el fallido intento de incorporarse tanto a la marina mexicana como a la armada francesa (por ser extranjero de nacimiento). Oyarzabal aterriza en la Física en mil novecientos cuarenta y tres.
Ingresó como alumno especial a la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México por autorización del Doctor Alfredo Baños, siendo Director de la Facultad Ricardo Monges López. En la vieja, entonces nueva, Facultad de Ciencias, aprende primero, entre otros, de Manuel Sandoval Vallarta, Blas Cabrera, Manuel Perusquía y Carlos Graef, siendo el único alumno de su generación que terminó la carrera de físico. Es posterior a Marcos Moshinsky y a Guillermo Torres, y anterior a Octavio Cano, Fernando Prieto, Juan Manuel Lozano, Francisco Medina, Luis Estrada, Vinicio Serment, Alfonso Mondragón, Ignacio Renero, Mariano Bauer y tantos más. Nombres tan entrañables en las sobremesas de nuestra casa.
En mayo de mil novecientos sesenta, Don Juan se tituló como físico con la tesis “Distribuciones angulares en la desintegración beta”, dirigida por Alejandro Medina.
En Ciencias Don Juan conoció a mi madre, Graciela Salcedo Guerrero y un tres de abril decidieron casarse y tener cuatro hijos. En ese mil novecientos cincuenta, ambos se constituyen en miembros fundadores de la Sociedad Mexicana de Física.
De su paso por esta Universidad y sus afanes como físico podrán dar mejor cuenta todos sus compañeros y alumnos que yo, que de niño me la pasaba correteando alrededor del viejo Prometeo. Tantas anécdotas impregnadas en sus aulas, sus cubículos, sus pasillos han ido conformando el imaginario de quienes lo conocieron y dan cuerpo a una personalidad de tal impacto.
A sus dotes de poeta, filatelista, arquero, prestidigitador, esperantista y políglota… de maestro y humanista, quisiera agregar que como padre también fue excepcional. Lo mismo nos metía a los cuatro a la tina para bañarnos, como nos sentaba a su alrededor para leernos “El Quijote”, “La Iliada” o “La Odisea” en divertidos capítulos. Su flemático sentido del humor se complementaba con la ingenua picardía de Graciela para hacernos brotar la risa. Se preocupó siempre por nuestro bienestar y también tuvimos dolores juntos. Para mí fue muy importante haber caminado con él “La Marcha del Silencio” en 1968 y, en 1975, protestar por el ajusticiamiento vía garrote vil, de cuatro ciudadanos vascos por órdenes del tirano Francisco Franco a quien, afortunadamente, vimos morir, despertando una esperanza.
Hace unos cuantos años mis hijos Luisa y Andrés visitaron este Instituto de Física para conocer la Biblioteca de su abuelo y la colección de timbres sobre físicos que donó en vida y fueron tratados muy gentilmente por su personal. Les mostraron los “libros del abuelo” y eso los impactó mucho. Hoy Luisa es una arquitecta en ciernes y Andrés tomó la estafeta que su abuelo le tenía reservada y, conociendo de donde viene, pretende hacer su propia historia como futuro físico.
Un dos de enero, en el setenta y siete, Don Juan decidió marcharse de esta tierra, y lo hizo tras una deliciosa cena navideña en la que comió todo lo que le gustaba. Al cabo de seis años Graciela se le volvió a unir, tan juntos como siempre. Se fueron demasiado pronto.
Homenaje en el centenario del nacimiento de JUAN DE OYARZABAL
Instituto de Física, C.U.
México, D.F. 20 de febrero de 2014.
Don Juan de Oyarzabal y Orueta nació en su casa materna de Cortina del Muelle, en Málaga, Andalucía. Sus padres Juan de Oyarzabal Smith y María de Orueta y Duarte lo depositaron en este mundo un siete de febrero, allá por mil novecientos trece, hace poco más de cien años.
Al olor del mar decidió, a los trece años, que debería de ser marino: ¡Marino de guerra! Así, en octubre del treinta y uno ingresó a la Escuela Naval Militar en Cádiz. Durante su cuarto y quinto año de carrera, a bordo del buque-escuela Juan Sebastián Elcano, velero emblemático de la marina española que hoy en día aún navega, se hizo a la mar durante diez meses dando dos vueltas alrededor del mundo. Pero en ninguna de ellas ancló en México.
A Don Juan se le quedó el mar en los ojos, y con él la poesía. En el “Elcano” tuvo sus primeros acercamientos, un tanto de forma amateur, para “pasar el rato” con sus compañeros marinos, en aquellas largas travesías por la mar.
Al terminar su último año de escuela, en mil novecientos treinta y seis, el dieciocho de julio, estalló la Guerra Civil española. Puesto naturalmente del lado de la República, participó en acciones de guerra. Al inicio de esta se encontraba en el acorazado Jaime I, cuya dotación se rebeló contra sus mandos y así el barco quedó del lado de la República. Como guardiamarina fue su director de tiro. En junio del treinta y siete, un posible sabotaje explotó sus calderas y lo hundió en las costas de Cartagena con trescientos muertos y doscientos heridos. Oyarzabal fue de los últimos en abandonar el buque después de salvar a muchos compañeros. La explosión se llevó sus papeles personales hasta el fondo del mar.
El mes siguiente es asignado, como Segundo Comandante, al destructor Almirante Antequera, donde es promovido a Teniente de Navío. Posteriormente, y ya al mando del destructor Almirante Valdés como Capitán de Fragata, participó, en marzo del treinta y ocho, en la batalla del Cabo de Palos, el mayor triunfo naval de la Armada Republicana, formando parte de la primera flotilla de destructores que precedió a la segunda, de donde provinieron los torpedos que hundieron al crucero fascista “Baleares”.
En marzo del treinta y nueve, hacia el final de la guerra, la flota republicana se dirige hacia Bizerta, Túnez, donde las autoridades francesas internan a su tripulación en el Campo de Concentración Minas Meherie-Zebbeus en Maknassy, en el centro de Túnez.
Isabel de Oyarzabal Smith, su tía, había sido embajadora de la República en Suecia y Noruega durante la guerra, y era el único punto familiar con que contaba. A ella le escribe desde Maknassy y le pide su ayuda para salir de ahí y vivir como un hombre libre: “Tu sabes bien que si no vuelvo a España no es por ser un criminal o un ladrón”.
La tía Ella finalmente le consigue un salvoconducto para abandonar el campo de concentración y trasladarse a París donde, el ventiseis de abril, firmada por Don Gilberto Bosques, le es otorgada una visa mexicana y se le autoriza a viajar a este, nuestro querido país. Juan de Oyarzabal y su primo Ceferino Palencia, vía Nueva York, ingresan a México por Nuevo Laredo el ventiocho de junio del mismo treinta y nueve.
A los pocos meses de haber llegado a México, y a partir de su pasión por la obra de Cristóbal Colón, escribe el libro “Descubrimientos Oceánicos”, que viene a ser una historia de la marina española.
Tras mil malabares y el fallido intento de incorporarse tanto a la marina mexicana como a la armada francesa (por ser extranjero de nacimiento). Oyarzabal aterriza en la Física en mil novecientos cuarenta y tres.
Ingresó como alumno especial a la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México por autorización del Doctor Alfredo Baños, siendo Director de la Facultad Ricardo Monges López. En la vieja, entonces nueva, Facultad de Ciencias, aprende primero, entre otros, de Manuel Sandoval Vallarta, Blas Cabrera, Manuel Perusquía y Carlos Graef, siendo el único alumno de su generación que terminó la carrera de físico. Es posterior a Marcos Moshinsky y a Guillermo Torres, y anterior a Octavio Cano, Fernando Prieto, Juan Manuel Lozano, Francisco Medina, Luis Estrada, Vinicio Serment, Alfonso Mondragón, Ignacio Renero, Mariano Bauer y tantos más. Nombres tan entrañables en las sobremesas de nuestra casa.
En mayo de mil novecientos sesenta, Don Juan se tituló como físico con la tesis “Distribuciones angulares en la desintegración beta”, dirigida por Alejandro Medina.
En Ciencias Don Juan conoció a mi madre, Graciela Salcedo Guerrero y un tres de abril decidieron casarse y tener cuatro hijos. En ese mil novecientos cincuenta, ambos se constituyen en miembros fundadores de la Sociedad Mexicana de Física.
De su paso por esta Universidad y sus afanes como físico podrán dar mejor cuenta todos sus compañeros y alumnos que yo, que de niño me la pasaba correteando alrededor del viejo Prometeo. Tantas anécdotas impregnadas en sus aulas, sus cubículos, sus pasillos han ido conformando el imaginario de quienes lo conocieron y dan cuerpo a una personalidad de tal impacto.
A sus dotes de poeta, filatelista, arquero, prestidigitador, esperantista y políglota… de maestro y humanista, quisiera agregar que como padre también fue excepcional. Lo mismo nos metía a los cuatro a la tina para bañarnos, como nos sentaba a su alrededor para leernos “El Quijote”, “La Iliada” o “La Odisea” en divertidos capítulos. Su flemático sentido del humor se complementaba con la ingenua picardía de Graciela para hacernos brotar la risa. Se preocupó siempre por nuestro bienestar y también tuvimos dolores juntos. Para mí fue muy importante haber caminado con él “La Marcha del Silencio” en 1968 y, en 1975, protestar por el ajusticiamiento vía garrote vil, de cuatro ciudadanos vascos por órdenes del tirano Francisco Franco a quien, afortunadamente, vimos morir, despertando una esperanza.
Hace unos cuantos años mis hijos Luisa y Andrés visitaron este Instituto de Física para conocer la Biblioteca de su abuelo y la colección de timbres sobre físicos que donó en vida y fueron tratados muy gentilmente por su personal. Les mostraron los “libros del abuelo” y eso los impactó mucho. Hoy Luisa es una arquitecta en ciernes y Andrés tomó la estafeta que su abuelo le tenía reservada y, conociendo de donde viene, pretende hacer su propia historia como futuro físico.
Un dos de enero, en el setenta y siete, Don Juan decidió marcharse de esta tierra, y lo hizo tras una deliciosa cena navideña en la que comió todo lo que le gustaba. Al cabo de seis años Graciela se le volvió a unir, tan juntos como siempre. Se fueron demasiado pronto.
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